lunes, 11 de mayo de 2009

Reparando sueños

Despierto, casi sin querer. Y me doy cuenta del regalo presente. Cuántas veces rogué la dávida celeste, la ciencia infusa, para transitar el todo.
Y tantas súplicas tenian sus respuestas, aunque yo no las reconociera. Aunque me costara transitar ese camino con unos ojos que desconocía.
Hay dolor, y muerte, y pena. Pero también estrellas, caricias y un amor no tan evidente.
Aunque, a veces, duele.
Solía bailar con el dolor. Abrazado, acariciando a mi sombra sin recibir consuelo, ni respuestas.
Otra vez, rogando por la ciencia infusa. Mi sombra había entrado en mi sangre, para desgarrar los deseos tan tiernos de mi corazón, para alimentarse de ellos y reemplazarlos por espejismos, que me hundían cada vez más en la oscuridad. ¿Tu oscuridad? ¿La oscuridad del mundo?
Mi oscuridad.
Cada vez más fuerte y fría. Cada vez más presente.
Entonces, desperté. Comprendí las respuestas, al menos algunas.
Y volví a creer en mis sueños. Y volví a caminar, ahora con otra mirada.
Comencé mi relato, el de un hombre feliz. Viví ese relato, caminando.
La oscuridad tiene la habilidad de derribarte disfrazada de tus sueños más tiernos y profundos, para que nunca vuelvas a creer en ellos. Entonces, te tiene en sus manos.
La caída fue dolorosa. Me encontré perdido, en un cráter del que no podía levantarme.
Sin estructura para mis sueños.
En esta obra, que la sombra-demiurgo gesta, somos actores que no saben improvisar y se encarcelan en guiones ajenos. Guiones tramados por nuestra adicción al dolor.
De alguna forma, en algún momento, tomamos cociencia e improvisamos. Volvemos a creer en nosotros, y en nuestros sueños.
Ya fuera del cráter, pude sonreír.
Despierto, casi sin querer. Y me doy cuenta del regalo presente.
Somos libres. Hay luz y calor, besos y abrazos. Historias felices y, lo que es más importante, finales felices.
Si creemos en ellos, y nos animamos a escribirlos.

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